Autor: Dr. Agustín García Banderas
INTRODUCCION.-
Han transcurrido más de 40 años desde que la Bioética tuviera su origen y bautismo bipolar y casi simultáneo, en Wisconsin con Potter y en Georgetown con Helleger; desde el comienzo se perfilaron dos visiones: la “holística “ de Potter, quien la concibió como “un puente hacia el futuro” y la ciencia de la supervivencia de todas las especies existentes; así como “el conocimiento de cómo usar bien el conocimiento”, vale decir la sabiduría para obrar bien en beneficio de toda la humanidad y en términos generales, de la naturaleza.
La otra tendencia (de Helleger en Georgetown), que ha terminado por imponerse en el hemisferio occidental, puede considerarse un reduccionismo a una ética médica aplicada, que trata de resolver los problemas que se presentan en la práctica médica cotidiana, mediante la aplicación de “principios prima facie” (a primera vista), que permiten solucionar con relativa facilidad esos problemas. Esta tendencia es un trasunto del espíritu pragmático anglosajón, que se ha extendido por los países de Latinoamérica y Europa, a despecho de la visión holística de Potter.
Lo que me interesa en el presente trabajo, es poner de relieve el influjo de la Bioética en la vida diaria de la sociedad, ya que al cabo de cuatro décadas, los problemas o dilemas que se plantean para el debate, ya no son prerrogativa de expertos o iniciados en esta multiintertransdisciplina, sino que son motivo de diálogo, deliberación e incluso discusiones entre los ciudadanos, que confrontan sus opiniones sobre los diferentes temas que expondremos a continuación.
CARACTERISTICAS.-
¿Cuáles son las razones de este interés cada vez mayor en esta disciplina de corta existencia?. Puedo intentar algunas hipótesis acordes con el pensamiento y forma de actuar de la humanidad en los albores del siglo XXI:
En primer término hay que considerar el carácter secular o laico que caracteriza al mundo actual; esta laicidad debe ser entendida no como un laicismo, en el sentido de lucha anticlerical o antirreligiosa como ocurrió en nuestro país y otros hace un siglo. El concepto de secularidad o laicidad es el que ha consagrado de hecho una separación entre dos instituciones que mantuvieron por centurias una lucha por su hegemonía. Estado e Iglesia.
La tendencia actual es el respeto de los credos religiosos de todas las personas (esto incluye a agnósticos y ateos). Durante mucho tiempo se consideró a la religión como la fuente primaria de la moral; este concepto ha cambiado en el transcurso del tiempo y podemos señalar en Occidente a los filósofos de la Ilustración como los pioneros de este cambio de mentalidad. En Oriente hay un predominio de religiones como el budismo, taoísmo, hinduismo y en el Oriente medio hay un influjo poderoso del islamismo. De modo que cuando se habla de una bioética laica, se debe entender civil, civilizada y respetuosa de las creencias personales.
En segundo lugar, el pluralismo ideológico, esta característica corre paralela a la anterior; vivimos en lo que se ha dado en llamar la “aldea global”, en la que podemos enterarnos de lo que sucede en cualquier lugar del planeta, el mismo momento en el que ocurren los acontecimientos, y esto nos afecta más directamente que antaño; estamos interconectados a una gran red satelital que nos compromete a conocer, procesar, aceptar o poner en tela de duda lo que se afirma a través de ella.
Por otra parte, los movimientos migratorios han determinado que las diferentes culturas no permanezcan como antaño en países o continentes específicos. Las personas que migran van llevando consigo su propio idioma, sus tradiciones, sus creencias religiosas, que de hecho son distintas de los países que les reciben. Puede darse en estos casos un intercambio beneficioso para todos o por el contrario una resistencia de los pueblos anfitriones hacia las costumbres de los recién llegados.
El ideal en estos casos es la interculturalidad, para la cual son necesarios mucho tiempo y buena voluntad; surge entonces como alternativa la tolerancia mutua entre la moral propia y la de los grupos foráneos. La tolerancia es la cualidad básica indispensable para la buena convivencia entre “amigos morales” y “extraños morales” como los denomina Engelhardt. La coexistencia entre una ética civil y civilizada debe estar fundada en el respeto a las opiniones ajenas aunque no se las comparta; estos son los mínimos morales , que según Adela Cortina, deben servir de base sólida para construir el edificio de una sociedad moderna, con el menor número de discrepancias posible.
Debe ser autónoma.- La autonomía se define como el gobierno de sí mismo, libre de toda coerción. Según Victoria Camps “la moral no puede ser heterónoma sino autónoma”.
Este concepto tiene sus antecedentes en la filosofía kantiana y se condensa en la frase: “La Ilustración es la salida del hombre de su autoculpable minoría de edad, y si nos remontamos a la antigüedad, podemos citar el aforismo socrático del “conócete a ti mismo”.
Racional.- En este caso la racionalidad no tiene que ver con la escuela filosófica del mismo nombre, sino que es fruto de la facultad mental de la razón, que lleva al ser humano a discernir para poder elegir. La racionalidad tiene un momento “a priori”, que está dado por los principios morales que rigen la conducta y un momento “a posteriori” que mide las consecuencias previsibles de los actos. La Bioética como ética aplicada, es un doble movimiento de lo general a lo particular y viceversa. Esta metodología es la usual en los Comités asistenciales de Bioética, en los cuales intervienen además de expertos y profesionales, representantes o miembros de la comunidad, que tienen gran importancia, ya que ellos representan la opinión pública.
Interdisciplinaria.- es el complemento de la anterior, ya que los C H B deben estar integrados no sólo por personal de salud y afines, sino por filósofos, escritores, religiosos, y en general representantes de las diversas profesiones y de la comunidad .
Debe tener un enfoque prospectivo.- La deontología y la ética clásica han demostrado ser insuficientes para resolver los dilemas originados por los adelantos vertiginosos de la tecnociencia. Estos no deben ser conocidos sólo por grupos de expertos, sino que es toda la sociedad la que se preocupa y opina sobre asuntos que interesan a todos, tal es el caso de los transgénicos o la PAE, que han provocado un intenso debate en nuestro medio.
Las características enunciadas anteriormente, prueban de manera fehaciente que la Bioética es la mejor forma de difundir y practicar la ética para la sociedad actual. A continuación trataremos con más detalle algunos temas concretos que son motivo de preocupación de una sociedad democrática.
ETICA DE LOS ALBORES DE LA VIDA.-
El tema es tan antiguo como la humanidad; pero lo que marca una etapa crucial es la anticoncepción hormonal, que desde mediados del siglo XX está a disposición de todos los que quieran usarla. Este hecho, unido al auge de los movimientos feministas, marca un hito histórico en la llamada “revolución sexual”, que permite a la mujer prescindir de la carga de una maternidad no planificada y poder actuar con libertad en todas las esferas de la sociedad ; de esta forma aumenta el número de estudiantes y profesionales y al reducirse el tamaño de las familias, el papel que se le asignó a la mujer durante milenios, de ser la señora del hogar y la reina de la casa, es una reliquia del pasado en la actual sociedad, en la cual la competitividad es el paradigma y el ideal a alcanzar.
Cuando no se han utilizado los contraceptivos o han fallado y se producen los embarazos no deseados, la solución que se presenta como alternativa es el aborto, al cual los grupos feministas reivindican como derecho.
Al llegar a este punto hay que recordar que este no es un ensayo de ética descriptiva sino de orientación; por esta razón se imponen comentarios: en el caso del aborto una ética laica no lo condena como pecado, sino como atentado a una vida humana distinta a la de la madre, en cuyo útero está creciendo la criatura sin haberlo escogido. La madre alega que tampoco lo escogió, pero en todo caso tiene la obligación de respetar el derecho humano que tiene el embrión o feto a su existencia y supervivencia. La ética de la responsabilidad (responder de las consecuencias de los actos es la que debe presidir la conducta de la gestante en estos casos). Las excepciones justificadas plenamente deben ser conocidas por los Comités de ética en una comunidad pluralista.
Relacionado con los albores de la existencia están los dilemas que se plantean con la técnicas de reproducción asistida, que han irrumpido en el campo de la medicina reproductiva y por ende de la bioética con fuerza inusitada; las parejas o mujeres que por diversas circunstancias no se embarazaron a su debido tiempo, cuando han pasado la edad de hacerlo reclaman un supuesto “derecho al hijo”, que no está consagrado como tal en nuestra legislación.
Hay muchas variantes de la FIVET y no consideramos del caso entrar en detalle sobre ellas. Solo vamos a mencionar un caso más, el de la maternidad subrogada, también llamado vientre de alquiler, de cuya práctica se reportan cada vez más eventos. En esta modalidad de reproducción asistida, una pareja estéril, contrata el organismo (no solo el útero de una mujer) que reúna las condiciones físicas y fisiológicas, exigidas por el contratante, y se compromete a llevar a término una gestación que no puede o no quiere hacerlo; este servicio por supuesto tiene un costo determinado, a pesar de que se habla de su gratuidad. En definitiva, se ha hecho un contrato de arrendamiento de un cuerpo humano, lo cual implica contradecir los siguientes imperativos categóricos de la ética kantiana:
a) Todos los seres humanos son fines y no deben ser tratados solamente como medios
b) Las cosas tienen precio y el ser humano tiene dignidad.
c) Obra de tal manera que tu conducta pueda convertirse en ley universal.
Sin embargo la sociedad occidental capitalista, acepta, tolera, defiende y ejecuta este tipo de convenios. Cada uno juzgará la eticidad de los mismos según el dictado de su conciencia, ya que ese es un privilegio de la actual sociedad civil.
PROYECTO GENOMA HUMANO.-
Han pasado ya algunos años desde que un grupo de científicos terminó la tarea (¿de titanes o de hormigas?) de completar la secuenciación de los tres mil millones de pares de bases que componen el genoma de la especie humana. Este hecho trascendental, fue recibido con excesivo beneplácito por mucha gente y con recelo por otros grupos.
Esta distancia, aunque sea corta, nos permite una perspectiva más tranquila para hacer una estimación de algo que compromete a toda nuestra especie y que por ello debe ser estudiada, analizada y debatida en el mayor número posible de foros.
Así se ha hecho, y si bien persisten varios interrogantes sobre las implicaciones presentes y futuras del P. G. H., la reacción inicial de que se ha descifrado el misterio de la vida y de que todo lo que va a ser una persona, está inscrito en su genoma, ha dado paso a una actitud vigilante y responsable respecto del desarrollo futuro de lo que se ha dado en llamar ingeniería o manipulación genética.
En primer lugar podemos decir que la afirmación de que el “determinismo genético” explique la conducta humana, puede considerarse una de tantas falacias reduccionistas que se han dado en la historia de la humanidad; en efecto, reducir la complejidad del ser humano a una sola dimensión, por importante que sea, es signo de estrechez mental. La libertad es la característica primordial de la especie humana y el fundamento de la ética. Afirmar que los actos de las personas están predeterminados en el genoma, es negar la cualidad que más nos diferencia de otras especies, que obran solamente por instinto.
Además es un hecho comprobado que el hombre está condicionado no solo por su carga genética, sino por el ambiente en el que se desarrolla. Aquí es preciso citar el aforismo orteguiano “Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella, tampoco me voy a salvar yo”, y puedo agregar que en ocasiones las circunstancias son más poderosas que el yo.
Otra causa de temor es que el P G H. permita llegar a la sustancia misma de la persona, constituida por el genotipo y violar su intimidad sagrada, con la consecuente discriminación social y laboral. Esta verdad no puede ser soslayada y algunos bioeticistas hablan del hombre de cristal, aquel ser transparente en su predisposición a desarrollar enfermedades, y que por ese hecho puede ser marginado en una sociedad que privilegia a los jóvenes y saludables.
El proceso evolutivo desde los organismos inferiores hasta llegar al “homo sapiens sapiens”, se ha efectuado desde tiempos inmemoriales por ensayo y error y la naturaleza ha establecido mecanismos correctivos, con la supervivencia de los más fuertes.
Los filósofos griegos mantenían la tesis de que el cosmos sigue un patrón teleológico con una finalidad intrínseca, de ahí que la tesis del orden natural haya dominado durante siglos el pensamiento occidental. Los conocimientos actuales dan para cuestionar la tesis teleológica, ya que el azar tiene un papel fundamental en la evolución del universo, el mismo que presenta una alternabilidad entre el caos y el orden, siguiendo el principio de “indeterminación” de Heisenberg.
De lo expuesto anteriormente se puede inferir que la famosa frase de Einstein : “Dios no juega a los dados”, puede ser complementada con una que diga “pero juega al ajedrez”, ya que en este juego cada movimiento tiene una intencionalidad y obedece a un plan previamente establecido por los jugadores.
La digresión anterior nos lleva al tema principal qué es la ingeniería o manipulación genética, ya que los científicos pueden, y de hecho algunos lo hacen, “tocar el gen” y modificarlo en su estructura íntima. Este hecho representa un giro copernicano, ya que desde las postrimerías del siglo XX y los inicios del presente, el hombre es capaz de controlar su propia evolución, y su intervención en este campo es de consecuencias impredecibles para las futuras generaciones.
Los hechos mencionados deben convocar la atención no solo de expertos sino de toda la sociedad y debe haber campañas de difusión por parte de los medios de comunicación colectiva.
Adela Cortina efectúa las siguientes reflexiones en torno al P. G. H. y de quienes tienen que ser los responsables de fijar metas últimas a las que debe dirigirse la sociedad:
1.-) El problema del neocolonialismo científico y técnico, ya que estos descubrimientos ahondan la brecha entre países pobres y ricos y condenan a la heteronomía a una inmensa capa de población. Se pasaría de una dependencia económica a una dependencia antropológica que es mucho más profunda.
2.-) ¿Es posible que sean los expertos quienes decidan el futuro de la humanidad y dirijan la evolución? Buena parte de la comunidad se inclinaría por la respuesta afirmativa; pero hay que tomar en cuenta que los expertos son en medios y no en fines y su papel consiste en asesorar y no en fijar las metas; esta es prerrogativa de los que van a verse afectados, en el presente caso toda la humanidad.
Coincidimos con estos criterios de la filósofa valenciana así como también creemos que hay malentendidos velados entre la tendencia al “cientificismo” que impregna nuestra cultura, que afirma la supuesta neutralidad de la ciencia, que es objetiva, frente a la subjetividad emotiva de la ética. Negamos que todo lo técnicamente posible sea éticamente aceptable y afirmamos que no tiene valor la ciencia sin conciencia y que hay valores permanentes a los que deben estar sujetas las investigaciones.
También coincidimos con las recomendaciones que hace para tratar de precautelar al máximo los potenciales daños derivados de las investigaciones en seres humanos:
1.-) Lograr que los expertos comuniquen sus investigaciones a la sociedad, de modo que esta pueda decidir de forma autónoma, contando con la información necesaria.
2.-) Concienciar a los individuos de que ellos tienen que decidir.
ETICIDAD DEL PATENTAMIENTO DE GENES.-
Es otro de los problemas causados por la tecnociencia sin fronteras, en la que la sociedad del conocimiento y el neocapitalismo corren parejos. Se ha dicho y es verdad que nuestra civilización no es tecnológica, sino que la tecnología es nuestra civilización. Concordante con esta afirmación es la idea, errónea por cierto, de que la tecnociencia no tiene límites. Este crecimiento ilimitado determina que se hayan patentado genes como el Br Ca 1 y Br Ca 2 como predictivos del desarrollo del cáncer de mama. Es un ejemplo ya que hay otros genes que han sido comprados.
Lo que no se toma en cuenta es que solo se pueden patentar “inventos” que aportan con algo nuevo al conocimiento, y la fragmentación del D N A no puede llamarse ningún invento, ya que los presuntos genes responsables de una mayor susceptibilidad, se encuentran inscritos en el genoma y no son causa determinante sino predisponente, al combinarse con factores de riesgo nutricionales y ambientales. De este modo resulta que es una forma más de hacer negocio de las transnacionales farmacéuticas.
MEDICALIZACION DE LA SOCIEDAD.-
Las diferentes comunidades en mayor o menor grado, se ven asediadas por una propaganda atosigante de una supuesta prevención de enfermedades reales o imaginarias, que convierten síntomas o datos de laboratorio en patologías. A guisa de ejemplo se pueden citar una cifra alta de colesterol que convierte al individuo en potencial ateroesclerótico (todos lo somos desde cierta edad, y conforme avanzan los años todos tenemos un grado mayor o menor de osteopenia que puede llegar en ciertos casos a osteoporosis; esta amenaza que pende como espada de Damocles sobre nuestra columna o fémur, debiera iniciar su prevención hacia los 30 o 35 años , que es cuando la actividad osteoclástica supera a la osteoblástica (la dieta y el ejercicio son los más indicados), pero no son rentables desde el punto de vista de las grandes empresas farmacéuticas.
Entonces los clientes comienzan y no terminan de consumir productos para afecciones supuestas o reales; no hay que olvidar que todos los fármacos tienen efectos adversos y secundarios, y la sociedad debe estar enterada de esto, ya que en ocasiones puede resultar peor el remedio que la enfermedad y hay que tomar en cuenta los riesgos de la iatrogenia.
Es deber del personal sanitario alertar a los miembros de la comunidad respecto del verdadero valor de los cientos de fármacos que diariamente nos presentan como primicias en los
Medios de comunicación Una sociedad medicalizada no da cabida a la libertad, puesto que está coercionada por el temor a enfermar.
RELACION MEDICO PACIENTE.-
Desde tiempos inmemoriales se ha concebido a la medicina como una actividad altruista en beneficio de la colectividad en general y del paciente en particular; para llevarla a cabo, en el transcurso de milenios, se ha establecido una relación médico paciente , la cual era un vínculo interpersonal entre el enfermo que pedía ayuda para su dolencia y el médico que utilizaba sus conocimientos para curarle.
Este tipo de relación trajo como consecuencia lo que se ha llamado el paternalismo médico, en el cual se establecía una asimetría tanto física como psicológica entre ambos, en la que el médico ordenaba y el paciente obedecía ciegamente, tanto por la confianza como por el papel pasivo que debía asumir. Ejemplos de esta relación médico paciente lo encontramos en textos hipocráticos y galénicos.
Ahora se ha producido un cambio ,y el tipo de relación vertical o monárquica, como la llama Diego Gracia, en muchos países, especialmente anglosajones, ha dado paso a un modelo horizontal o deliberativo, muy propio del “principio de autonomía” , que es el vértice axiológico de la Bioética norteamericana ; en este tipo de relación , tanto el médico como el paciente, conversan sobre la salud, las alternativas de tratamiento y de común acuerdo proceden a los exámenes y a la terapia, previa firma del “consentimiento informado” , documento en el que el usuario autoriza la realización de los mismos. Este modelo es el ideal de la Bioética y cada vez se extiende más en los países desarrollados.
En nuestros países de menor desarrollo, la baja escolaridad de un porcentaje de pacientes, unido a un respeto reverencial al veredicto del facultativo y a una idiosincrasia que le lleva a abdicar el derecho de decidir sobre su salud, determina que en algunos establecimientos, especialmente del sector público, se siga aplicando el modelo paternalista.
DESHUMANIZACION DEL ACTO MEDICO.-
Los tiempos han cambiado y los cuadros que representaban a los médicos de antaño sentados junto al lecho del dolor, con una mirada de preocupación comprensiva, no se los encuentra ahora en los consultorios, ni como recuerdo de épocas pretéritas. El médico de nuestro tiempo ya no hace visitas a domicilio, sino que ubica en su lugar de atención los aparatos de última generación, rara vez examina personalmente al paciente sino que le remite a los gabinetes de auxiliares de diagnóstico y tratamiento, con una serie de pedidos que provocan en el enfermo una mezcla de admiración y temor ante seres sobrehumanos y equipos sofisticados, que se han interpuesto entre la persona que sufre y la que debe curar.
Los pacientes experimentan una sensación de desconfianza y extrañeza crecientes, y se sienten inermes y desprotegidos frente a una medicina omnipotente, que les mira como casos de estudio o sujetos de experimentación de nuevas drogas o innovadores artefactos; de aquí que añoren los tiempos en que eran tratados como personas y el profesional se ocupaba de su sufrimiento.
Esto es lo que se conoce como “deshumanización del arte médico”. James Drane indica que la enfermedad grave lesiona el centro de las personas y disminuye la vida en sus dimensiones física, espiritual, ética y social.
ETICA CIVIL Y ENVEJECIMIENTO SOCIAL.-
Es un hecho incontrovertible que en la actualidad la población mundial tiende a envejecer, con un incremento sostenido en relación a siglos pasados; a nivel mundial se estima que la expectativa de vida en los países desarrollados casi se duplicó en el siglo XX. En lo que se refiere a nuestro país, se estima que los mayores de 65 años aumentarán del 3.8% en 1990 al 8% en el 2025.
Este incremento se relaciona con el progreso de la medicina y la síntesis de antibióticos y anti infecciosos que ha permitido curar enfermedades que antaño producían gran morbimortalidad. Pero el aumento de la expectativa vital, ha traído como consecuencia el incremento de afecciones crónicas, con sus secuelas de minusvalía, soledad y aislamiento.
En este punto no estamos hablando exclusivamente del aspecto biológico , sino de la preocupación existencial de la persona que siente disminución de sus capacidades y piensa que es un estorbo para la familia y la sociedad. Vemos a diario en calles y plazas un gran número de ancianos para los que no se da otra respuesta que el asilo, la reclusión o la exhibición de su indigencia.
La sociedad occidental exalta el mito del “éxito personal” mediante la competitividad. En este mundo posmoderno y globalizado se prepara al niño y al joven para que compita con todo el resto y llegue más rápidamente a la cima que se ha propuesto de poder, dinero, honores y placeres, sin que para eso importe haber destrozado física, económica y políticamente a su potenciales adversarios. El darwinismo social imperante no admite valores tradicionales a los que abomina por anacrónicos, sino el éxito y la parafernalia correspondiente.
En este entorno el senescente no encuentra ubicación .ya que la sociedad le niega la posibilidad de producir y continuar aportando aunque esté en condiciones de hacerlo. En nuestro medio se ha señalado los setenta años como el límite para jubilar obligatoriamente a profesionales y maestros que han producido ideas innovadoras y cuya capacidad intelectual está en buenas condiciones; así nos hemos visto sustituidos por generaciones de gente joven e inexperta. Es posible que la idea de que la sabiduría llega con la edad, tenga un fundamento científico en investigaciones que sugieren que ciertas neuronas en las que se generan los pensamientos profundos parecen multiplicarse después de la madurez.
Como estrategias, aparte de las leyes de protección al anciano, deben construirse espacios y ciudades saludables, para que los adultos mayores disfruten con paz y seguridad el poco tiempo que les queda.
Defender el sentido personal, respetar la autonomía y salvar la dignidad individual, son los tres pilares en los que debe asentarse una política para la ancianidad, proveyendo oportunidades justas, no se caiga en el paternalismo que es beneficencia pura sin autonomía. La dignidad de la persona debe defenderse desde el nacimiento hasta la muerte.
EL PROCESO CULTURAL DE MORIR Y LA MUERTE DIGNA.-
La sociedad en la que vivimos tiene varias actitudes en relación al proceso de morir, las mismas que dependen de las creencias de las personas y de la cultura a la que pertenecen.
El hombre es el único animal que tiene conciencia de su propio final y se preocupa por él reaccionando con rebelión, temor o ansiedad, por el apego a una vida conocida y el recelo que produce lo ignoto; esto es lo que se ha llamado la angustia existencial, la lucha por perseverar en su ser y la certeza de que un día dejará de existir para siempre. La fe en un más allá o la negación del mismo influirá en la forma de aceptar el hecho inexorable y darle trascendencia.
Hay que considerar a la muerte como un proceso , un hecho y un acto: es un proceso , ya que todos los seres vivientes, desde el momento del nacimiento (o puede ser de la concepción), al mismo tiempo que viven van muriendo paulatinamente; es un hecho biológico que se manifiesta por la cesación de las funciones y signos vitales; y en el ser humano es un acto, quizás el más personal de la existencia, ya que representa el final de la biografía que ha escrito durante su paso por la tierra. Muchos bioeticistas no lo toman como la antípoda o la negación de la vida sino que opinan que debe incorporarse al ciclo vital.
En el mundo actual, particularmente en occidente, hay dos actitudes definidas frente a la muerte: o es negada, siguiendo la tradición hedonista de Epicuro, o es objeto de tratamientos fútiles que llevan al ensañamiento terapéutico, lo cual en nuestro concepto es otra forma de eludirla. El retruécano de Epicuro es el siguiente: “Acostúmbrate a pensar que la muerte para nosotros no es nada, porque cuando vivimos ella no existe, y cuando está presente nosotros ya no existimos. Así pues la muerte no es real ni para los vivos ni para los muertos que ya han desaparecido”.
El pensamiento en la propia mortalidad ha sido el origen de las religiones y filosofías de los hombres de todos los tiempos; pero el hombre de nuestra era ha tabuizado el concepto y se considera de mal gusto nombrarlo o exhibir las manifestaciones externas del duelo; no obstante estas posturas elusivas no cambian en nada su realidad inexorable.
La filosofía desde sus orígenes se ha preocupado de dar una respuesta a lo que no la tiene, o de encontrar el sentido de la misma, que va unido de forma indisoluble al sentido que se le ha dado a la vida.
Podría citar muchos nombres: Platón, Agustín, Spinoza, Kierkegard, Heidegger, Sartre, Jaspers, Unamuno, Zubiri, Laín Entralgo. En el siglo XX, hay dos autores en cuya obra se mira cara a cara a la muerte: “El sentimiento trágico de la vida” de Miguel de Unamuno y “Ser y tiempo” de Martín Heidegger.
En definitiva la muerte es el acto más personal de la existencia; todos morimos en soledad suprema y no nos pueden acompañar ni los seres más queridos; ellos nos acompañan físicamente hasta ese instante y nos ven morir sin poder hacer nada por impedirlo; nos vamos solos porque se puede dar la vida por otro, lo que no se puede es “conmorir” es decir morir con el otro que se nos muere. Esta frase tiene gran significado, ya que decir “se nos muere” implica que se va con algo nuestro. Tal vez esa sea la única forma de acompañar en el trance supremo.
Luego de esta digresión de tipo filosófico, volvamos a ras de tierra, con las preguntas que se hacen los integrantes de la sociedad respecto de un buen o mal morir, vale decir de una muerte digna o indigna de un miembro de la especie humana.
Se concibe como muerte digna, la muerte oportuna, sin dolor o con el menor dolor posible, con información adecuada y que ocurre en el ambiente familiar del paciente, bajo circunstancias que respetan sus deseos y preservan su dignidad.
Este concepto está relacionado con el de “Ortotanasia”, en el cual, el prefijo “orto” da el sentido de muerte correcta, a su debido tiempo, sin abreviaciones tajantes y sin prolongaciones desproporcionadas del proceso de morir. Esta conducta humana y humanizadora se va imponiendo paulatinamente en la época actual a través de los “hospices”, especie de hogares en los que los enfermos terminales reciben atención afectuosa por parte del personal de salud y voluntarios, que confortan su espíritu en los momentos postreros de la existencia; además se encargan de preparar el ánimo de la familia para el duelo cercano. De esta forma se evita la “conspiración del silencio”, que consiste en el mutuo escamoteo de la situación entre el paciente y sus familiares.
El hombre del siglo XXI ya no fallece en el hogar sino en el hospital. Aquí la muerte se ha convertido en un fenómeno técnico conseguido por la intensificación de la lucha contra ella , por una decisión del equipo médico. Además , buena parte de veces, el paciente ha perdido la conciencia y es sostenido con signos vitales, mediante la tecnología de soporte; a esto es lo que Philipe Ariés llama la “muerte intubada”, en la que el moribundo está atravesado por sondas y catéteres que ocupan todos los orificios naturales y otros artificiales, fabricados para el efecto, tal como la traqueotomía.
Para prevenir esta “obstinación terapéutica”, como también se denomina; en diversos países se ha elaborado un documento de “Testamento vital” o “Directivas anticipadas” que consiste en que una persona que está en buenas condiciones mentales, expresa por escrito su voluntad para el caso de estar imposibilitado de hacerlo por diversas causas que trastornen su conciencia, prohíbe que se empleen ella medios extraordinarios o desproporcionados; este documento se suscribe en presencia de testigos y con un albacea que se encargue de su cumplimiento.
En la S E B. hemos elaborado un documento en este sentido, el mismo que lo hemos socializado y presentado a la Asamblea Nacional, para que lo incorpore en el nuevo Código de Salud. Es nuestro criterio de que un documento en este sentido conste en el mencionado cuerpo legal, con lo cual se llena un vacío de la legislación que defiende al paciente del ensañamiento terapéutico y brinde un respaldo al personal médico amenazado por potenciales juicios de negligencia.
Para concluir este capítulo, hay que manifestar que la vida es un valor fundamental pero no absoluto y que el criterio de calidad de vida debe prevalecer sobre el de cantidad; esto es aplicable especialmente a los casos de estados vegetativos permanentes, a los que Jean Francois Malherbe, llama “Cuerpos deshabitados”, ya que han sufrido de una muerte metafísica y se convierten en un gran problema para sí mismos y sobre todo para los que les rodean. Es tarea de la Bioética la de promover acuerdos sobre estos casos.
La colectividad tiene una obligación pendiente con los enfermos terminales, y ésta en mi concepto, no responde a acuerdos o consensos mínimos, sino a la ética de máximos, tratando de alcanzar la excelencia moral a través de la benevolencia y la solidaridad.
COLOFON
La sociedad en la que nos ha correspondido vivir y actuar, es muy distinta de la de épocas anteriores; me permito afirmar que en el transcurso de una centuria se han modificado sustancialmente los valores y las costumbres de antaño. Esto ha determinado que la ética deontológica basada en mandatos excluyentes, haya perdido terreno en el mundo globalizado de la comunicación satelital.
Por otra parte, los adelantos de las ciencias físicas y biológicas, inimaginables hasta el Siglo XX han traído consigo el surgimiento de problemas y dilemas que exceden el criterio de los expertos y que involucran a todas las colectividades. La respuesta a estas situaciones emergentes ya no se la encuentra en mandamientos inamovibles y peor en el politeísmo axiológico del “todo vale”, sino en la Bioética como defensa de la vida y de la libertad en todas sus formas y como un faro de luz que oriente la actuación de una humanidad que busca un asidero que dé un verdadero sentido a su existencia estremecida por la crisis de valores.
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