Pedro Isaac Barreiro
Julio de 2021
He venido hasta aquí con mi palabra
cargada de emoción y de esperanza
para, de una vez por todas,
llamarte para siempre: “compañero”.
Y aunque no te conocí
y aunque ya no estés aquí,
sé que me escuchas
sé que me entiendes
porque fuiste, porque eres,
porque para mí serás por siempre
“compañero”.
Estoy seguro de que alguien
va a guardar tu mandil como un tesoro
esa bata que estrenaste
hace tiempo, allá en el aula
desde el día que decidiste que tu vida,
que tu esfuerzo, tus insomnios
los pondrías, para siempre,
al servicio de tu hermano adolorido,
al servicio de tu gente, con el único propósito
de aliviar el sufrimiento,
decidido a luchar contra la muerte,
adversario permanente y peligroso
que te esperaba escondido en cualquier parte:
en la mano de un paciente, en un abrazo,
en la salita de espera de tu propio consultorio,
en los largos pasillos del servicio de salud
en donde sueñas,
en el viejo hospital en el que vives.
Y aun sabiéndote indefenso, vulnerable
te enfrentaste a un enemigo
desconocido.
invisible, contagioso, destructor
que sacó a la luz tu temple, tu coraje
tu solidaridad con tu gente,
tu amor sin tregua a la vida
tu vocación de servicio, tu alegría.
Y aún a costa de tu vida
te empeñaste en respetar aquel viejo juramento
que ilumina nuestro sendero
para siempre.
Por eso nos duele tanto tu ausencia,
tu sacrificio, tu mandil abandonado
Por eso hoy te llamo hermano
por eso hoy estoy contigo
por eso serás por siempre, para siempre:
¡compañero!
Y como dice Mauricio Rosencol*,
…si éste fuera
mi último poema,
insumiso y triste
raído pero entero,
tan solo
una palabra
escribiría:
compañero.
*Mauricio Rosencol, poeta uruguayo